EPITAFIOS I
El epitafio es ese escrito que suele figurar en la tumba de una persona. Una frase, unos versos que el ahora muerto ha elegido para sí mismo; o bien alguno de sus familiares o amigos que se cree con derecho a resumir la vida de otro, estampa sobre su lápida palabras que tienen el peso de presentar al difunto.

No sé por qué siempre he tenido la manía un tanto tétrica de coleccionar epitafios. Este género hoy ya en desuso fue en la antigüedad muy cultivado. La costumbre de adornar con inscripciones las tumbas y monumentos fúnebres tiene su origen en el Antiguo Egipto. La literatura funeraria egipcia, se preocupaba por la suerte del alma en su viaje al más allá.

En Grecia el epitafio se convierte en género literario. Los epitafios son escritos, en su mayoría, en versos, poemas breves, llenos de intimismo y sentimentalidad. De su lectura aprendemos acerca del carácter del difunto. Nos enteramos del oficio y hasta su forma de morir. En cada uno de ellos se impone el deseo de permanecer en la memoria de los hombres.

Creo que el primer epitafio que me impactó e inauguró esta manía fue el que según la tradición, construyó el poeta Simónides a Leonidas y sus trescientos espartanos en el desfiladero de las Termópilas: "Caminante, ve a decir a Esparta que aquí perecimos por cumplir sus leyes".

En el mundo romano, el epitafio llegó a adquirir un notable desarrollo literario; había comenzado con la simple mención del nombre del difunto hasta llegar a convertirse en un auténtico elogio fúnebre versificado —en no pocas ocasiones de elevada calidad literaria. También los romanos advertían que "leer epitafios causa locura", advertencia que en mi caso ha llegado demasiado tarde.

Y en su lengua, el latín, uno de los mayores poetas romanos, Virgilio, autor de "La Eneida" dictó los versos que hoy se leen en el monumento en las alturas de Fuorigruta, en Brindisi, donde murió. "Mantua me vio nacer/Calabria morir/ahora me posee Parténope./Canté los pastos, los campos, los héroes".

Andando el tiempo hay algunos epitafios memorables que pintan de cuerpo al destinatario del escrito. Por ejemplo el del Marqués de Sade, ese escritor tan vituperado y demonizado por su búsqueda del placer; pero tan buen escritor--que es lo que importa-- en su tumba hizo escribir: "Si no viví más, fue por que no me dio tiempo". Ansias de vida, búsqueda de vida testimoniada en su frase postrera, de escritor enormemente vital.

Mientras cuidaba el jardín del castillo Muzot, donde vivía en Suiza, Rainer María Rilke, el poeta de las "Elegías de Duino" se pinchó con una rosa, hecho que posteriormente desencadenó su muerte. En su tumba un epitafio que él mismo escribió, reza así: "Rosa, oh contradicción pura, placer, de no ser el sueño de nadie debajo de tantos párpados". Para algunos toda una premonición.

Dicen las malas lenguas que el poeta inglés John Donne colocó en la lápida de su esposa la siguiente inscripción: "Mientras tú reposas, yo descanso..." Amor marital, que le dicen.

Tumba de J. Donne en Londres.

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