LA COLUMNA QUE NO SALIÓ...

ENCRUCIJADA
“Para mí, un buen poema es la mejor carta de presentación de un periodista. Parece extraño, pero es así. Hay gente que es literaria y otra que no lo es. Yo creo en la gente literaria. Creo, por ejemplo, que un buen poeta puede escribir una excelente crónica de fútbol”, sostenía el inigualable Natalio Botana, mandamás del diario “Crítica”.

Si las redacciones de hoy siguieran el criterio de Botana, seguramente quedarían bastante despobladas. Si tomamos sus palabras en un sentido más amplio no han perdido para nada vigencia, y hoy más que nunca cierta rigurosidad estilística es necesaria para sacar a los diarios actuales del estancamiento.

Los diarios hoy no están en su mejor momento. El mundo cada vez más sofisticado de la comunicación electrónica los ha puesto en un lugar incómodo, en un sitio que si permanecen quietos el alud del progreso los arrastrará.

La mayoría de los periódicos generan estrategias para no quedar al margen del consumo de información por parte del público. Unos han variado su formato, otros le han dado suma importancia a la imagen y han dejado menos espacio a lo escrito. Las líneas editoriales, generalmente buscan ya no la gran noticia sino aquellas menos relevantes pero más cotidianas y cercanas a la gente.

Todo eso está muy bien, pero hay un hecho incontrastable que relativiza estos logros y los vuelve un tanto periféricos: el diario llega tarde; y a medida que pase el tiempo llegará cada vez más tarde con la información a los lectores.

Esto es inevitable y además imposible de resolver porque está en el centro mismo de la instancia de emisión y producción del diario tal como hoy lo conocemos. Modificar estas instancias sería lisa y llanamente tirar por tierra el diario actual.

La televisión, internet, la radio nos acercan la información casi al instante. Y cualquier ciudadano medio puede conocer sentado en el sillón de su casa la que pasa con la crisis política de Haití o la hambruna en Etiopía. La imagen se impone y es percibida como objetiva, y los cables que se leen en la radio presumen de objetividad.

Ante esto el periódico se transforma en más de lo mismo salvo que por otro canal. El problema está en el corazón mismo del diario y atañe a la escritura. Una escritura que refleja una pretenciosa y siempre discutible objetividad, ya vetusta y quizá necesaria cuando el diario todavía era un portador de primicias.

El estilo periodístico es el verdadero talón de Aquiles de los diarios, esa impersonalidad pretendida que convierte a la escritura en un verdadero lenguaje de fórmulas. Sólo en el periodismo el “hospital” es un “nosocomio”, el “agua” es el “líquido elemento”, los accidentes o fenómenos naturales son “horribles”, “desesperantes”, “catastróficos”, “impresionantes”; y en cierta medida todas las noticias suenan parecidas, aunque traten de hechos muy diferentes.

Quizás (arriesgo) los lectores del futuro busquen en los diarios las noticias tratadas desde la mirada personal del periodista, desde sus broncas, opiniones, dudas y saberes; una mirada que se ha de reflejar en un estilo original, alejado de una impersonalidad artificiosa.


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