ÁRBOLES Y LITERATURA II


               Los árboles en la literatura tienen una historia ancestral. Baste recordar el pasaje bíblico sobre el árbol de la ciencia del bien y del mal, árbol de la tentación del que el Señor dijo: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio”. Todos recuerdan los pasajes posteriores y las consecuencias que para el género humano tuvo la desobediencia.
               También los árboles han tenido papel central en las mitologías de diferentes pueblos. Quién no recuerda—ayudados  por Ovidio—a  la ninfa Dafne, perseguida por los requerimientos amorosos del dios Apolo, encaprichado por haber recibido una flecha de Eros; Dafne huyó y al ver que podía ser alcanzada comenzó a gritar y lentamente su cuerpo se fue cubriendo de corteza, sus manos de ramas, sus cabellos de hojas verdes, así quedó transformada en laurel. Apolo desesperado se abrazó a la planta y prometió que sus hojas serían siempre verdes y estarían consagradas, en forma de corona, a los vencedores, artistas y poetas.
               Son numerosas las leyendas aborígenes argentinas, por ejemplo las del palo borracho, las de la yerba mate, las del pehuén y tantas otras. Pero quisiera pasar ya a mencionar algunas obras literarias en las que el árbol tiene suma importancia para su construcción (curiosamente, dos obras famosas como la obra teatral “Los árboles mueren de pie” de Alejandro Casona y la novela de Pío Baroja “El árbol de la ciencia” no tratan en su contenido más que en forma tangencial y simbólica la presencia de los árboles).
               Confieso que apenas he leído algunos pasajes de la saga de Tolkien, “El señor de los anillos”; pero sorprende la cantidad  de árboles especiales que hay en sus páginas. Esto no es caprichoso, es conocida la devoción de Tolkien por la naturaleza y por los árboles en especial. El más conocido, creo, es el “árbol blanco de Gondor” que tiene hojas oscuras, pero si las damos vuelta son plateadas y está colmado de racimos de flores blancas. Otro árbol importante es Teleperion que significa “Árbol de Plata” fue el primero en nacer y en esparcir su luz de plata por las Tierras Imperecederas. Tenía  hojas combinadas de verde oscuro y plata, de sus innumerables flores caía una garúa continua de luz plateada.
               Pero dejemos ya estos árboles maravillosos y vamos a guarecernos a la sombra modesta de plantas entrañables. María Luisa Bombal, la hoy poco frecuentada escritora chilena, tiene un cuento excelente llamado “El árbol”, en el que se da una comunicación sin igual entre la protagonista, Brígida, una mujer sujeta a los mandatos de la sociedad e incomprendida por su marido, y el gomero, la planta que filtra la luz de su cuarto. En los momentos de hastío y soledad, el mundo natural del árbol le ofrece a Brígida la serenidad, comprensión y comunicación que no le brinda su esposo. La separación matrimonial coincide simbólicamente con el corte del gomero, y así cuando su marido le pregunta por qué se va, ella contesta: "­¡El árbol, Luis, el árbol! Han derribado el gomero".
               Seguramente lector, lectora, recordarás otros árboles literarios, ahora mismo viene a mi memoria aquella novela querible de José Mauro de Vasconcelos, “Mi planta de naranja lima”, pero este y otros recuerdos serán tema de la próxima columna.

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